Camino, solo camino, el mundo pasa a mi
lado, pero no me mira. Las emociones me rozan, incluso algunas me
atraviesan el alma, dejando tras de si el efímero recuerdo de un
momento, acompañado de una herida infecta.
Mis pies descalzos pisan el suelo, un
suelo que a veces quema y me hace correr, otra veces es frío y
entumece mis movimientos, en ocasiones es casi vaporoso y me hace
dudar a cada paso por miedo a perder pie y caer, también he andado
por caminos de cristales rotos que me hacen cojear e ir rápido y
despacio al mismo tiempo.
Mis manos rozan de vez en cuando las
manos de otra gente, manos fuertes que se aferran a mi o manos
débiles que no tienen el más mínimo interés es mantenerme cerca.
Manos suaves que me reconfortan y manos ásperas que solo sirven para
irritarme la piel.
Mis ojos ven como el resto de gente que
camina a mi lado ríen, disfrutan, y juntan sus manos con otras
personas. También ven a gente sufrir y llorar o incluso desaparecer
en medio del camino y hacer llorar a las personas que tenían sus
manos cogidas.
Quiero convertir mi sangre en agua, mi
piel en escarcha y mis huesos en cristal, quiero que mis pensamientos
sean aire. No quiero que toquen mis manos, quiero que mi suelo sea
constante y sin miedos, quiero cegar mis ojos y segar mis
sentimientos. Quiero la apatía perpetua, quiero la insensibilidad
infinita y quiero la dureza de una roca.
Pero sangro demasiado, el más mínimo
roce abre mi piel. Mis ojos solo dejan de ver cuando se abniegan en
agua salada, sal que hace escocer mis heridas pero que en cierto modo
me ayuda a sanarlas. Mis manos se aferran a todo mi alrededor, y
aunque agarren con fuerza siempre acaban soltando cuando no tiene
sentido hacer el esfuerzo.
Quisiera cambiar tantas cosas... que lo
único que se decir es socorro.